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24/4/17

El fascismo que nunca se fue, de nuevo con nosotros

La ultraderechista Jean-Marie Le Pen  pasa a la segunda vuelta electoral francesa
@AndresErCheca   Vamos de susto en susto. En mayo del 2016 el ecologista Van der Bellen gana a la ultraderecha en las elecciones de Austria por un 50,3% frente al 49,8%. Nos librábamos por los pelos. Ya antes ´el breixit` abanderado por la extrema derecha y vencedor en el Reino unido, nos había puesto sobre aviso de la que nos esperaba. El sistema con sus elecciones periódicas nos estaba dado un serio aviso sobre el declive de los tradicionales partidos y la crisis de esa gran farsa y proyecto fracasado que ha sido la Unión Europea. En los países del sur de Europa, partidos a la izquierda de los tradicionales socialistas se alzaban con el poder como en Grecia con Syriza y en otros gobernaban en coalición, como el Bloque de Izquierdas en Portugal, o pujaban por ganar el gobierno como Podemos en España. Pero el establishment emplea todas sus fuerzas en desprestigiarlos, por costarles algo más controlarlos. Los compara incluso con los partidos fascistas, de los que el estado se sirve en momentos de “extremo peligro” y pérdida de influencia y control. El establishment siempre va a a preferir un "buen fascismo" que le haga el trabajo sucio a la fuerza a los privilegiados que un partido o movimiento que se dedique a reequilibrar las desigualdades y a repartir las riquezas. Por eso usa a los fascistas y sus medios, para desprestigiar a estos movimientos de izquierdas. El fascismo está para eso. Como decía Andreu Nin en los años 30, el fascismo es un movimiento al servicio de la gran burguesía, que se apoya en las masas pequeñoburguesas, y se presenta, al comienzo, con un programa de reivindicaciones demagógicas (susceptibles de atraer a la pequeña burguesía) y destruye por medios plebeyos las organizaciones de trabajadores y las mejoras sociales conseguidas. Podemos traducir en que una vez que está en el poder impone por la fuerza y autoritariamente el programa capitalista de los privilegiados, aplasta a la oposición de izquierdas e impone su programa de odio e intolerancia contra los más débiles y los marginados de la sociedad. Todo adornado de un ultranacionalismo excluyente. El fin es imponer a la fuerza el capitalismo y los privilegios, pero de una forma radical y autoritaria, clasista y jerárquica, dónde lo que vales depende de lo que tengas y de tus fidelidades con el poder. Todo muy bonito.

   Posteriormente llegó Donald Trump, el cual se hizo con el poder en uno de los países más importantes e influyentes del mundo: Estados Unidos. El establishment, los privilegiados, prefieren y ponen al fascismo a que les gestione sus corruptos y desiguales sistemas económicos y sociales para conservar sus privilegios cuando estos peligran porque el pueblo se hace consciente de las desigualdades y las injusticias a las que son sometidos. Como el pueblo tiende a unirse y organizarse en torno a valores y en movimiento políticos que propugnan la solidaridad, la igualdad y el reparto de la riqueza, los poderosos "usan" o utilizan a los fascistas para "poner orden" y que aunque sea a la fuerza y con un gobierno tiránico, las aguas vuelvan a su cauce. El fascismo siempre va a estar ahí para hacerle el juego sucio a los explotadores y a los ladrones de guante blanco. Si la sociedad, para hacer frente a la desigualdad, se organiza en partidos o movimientos progresistas, el sistema los comparará con los mismos en los que se apoya, si es necesario, para desprestigiarlos, y empleará todos los medios a su alcance para no perder ni un mínimo de sus privilegios. El pueblo es dividido gracias a los Trumps y a los lepenes, y lo que es peor, se deja engañar por salvapatrias que viene a dejar todo como está o peor y a buscar chivos expiatorios en las personas más débiles de la sociedad: antes eran los judíos, ahora los refugiados y los extranjeros y siempre se reprenderá a la izquierda. Nada nuevo bajo el sol. La descomposición de los partidos tradicionales vendidos a los poderosos, el gran avance, pero aún no suficiente, de las nuevos movimientos y partidos de izquierdas, más independientes que los tradicionales y vendidos partidos socialistas, aún no es suficiente para contrarrestar la seducción que ejerce en parte de la población este nuevo fascismo reconstituido del siglo XXI.

   El problema de la ultraderecha es que su influencia es más vasta que su electorado: contamina con sus ideas a la derecha "clásica" e igualmente a una parte de la izquierda social-liberal. Lo que tienen en común es el nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo, el odio a los inmigrantes – sobre todo a los "extraeuropeos" - y a los gitanos (el pueblo más viejo de Europa), la islamofobia, el anticomunismo. A esto se le puede añadir, en muchos casos, el antisemitismo, la homofobia, la misoginia, el autoritarismo, el rechazo de la democracia, la eurofobia. Una parte importante de la extrema derecha europea de hoy tiene una matriz directamente fascista y/o neonazi: es el caso de Amanecer Dorado, el Jobbik húngaro, de Svoboda y el Sector de Derechas ucranianos, etc.; pero también hay otros, como el Frente Nacional, el FPÖ austriaco, el Vlaams Belang belga y otros, cuyos cuadros fundadores tenían estrechos vínculos con el fascismo histórico y las fuerzas colaboracionistas con el Tercer Reich.



   La crisis económica que asola Europa desde 2008, en general -con la excepción de Grecia- ha favorecido más a la extrema derecha que a la izquierda radical. La proporción entre las dos fuerzas es totalmente desequilibrada, contrariamente a la situación europea de los años 30. La izquierda de todas las tendencias -con algunas excepciones- ha subestimado cruelmente el peligro. No ha visto venir la ola parda. Para ciertas corrientes de la izquierda, la extrema derecha no es más que un producto de la crisis y del desempleo, siendo éstas las causas a las que hay que atacar, y no al fenómeno del fascismo en sí. Estos razonamientos típicamente economicistas han desarmado a la izquierda ante la ofensiva ideológica racista, xenófoba y nacionalista de la extrema derecha. Ningún grupo social está inmunizado contra la peste parda. Las ideas de la extrema derecha, y en particular el racismo, han contaminado no solo a una gran parte de la pequeña burguesía y de los desempleados, también a una parte de la clase trabajadora y de la juventud.

   Uno de los argumentos utilizados para mostrar que la extrema derecha ha cambiado y que no tiene gran cosa que ver con el fascismo es su aceptación de la democracia parlamentaria y de la vía electoral para llegar al poder. Pero recordemos que un tal Adolf Hitler fue aupado a la Cancillería por una votación legal del Reichstag, y que el Mariscal Pétain fue elegido Jefe de Estado por el Parlamento francés. Si el Frente Nacional llegara al poder a través de las elecciones -una hipótesis que desgraciadamente no podemos descartar-, ¿qué quedaría de la democracia en Francia?
Lo que tienen en común es el nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo, el odio a los inmigrantes – sobre todo a los "extraeuropeos" - y a los gitanos (el pueblo más viejo de Europa), la islamofobia, el anticomunismo. A esto se le puede añadir, en muchos casos, el antisemitismo, la homofobia, la misoginia, el autoritarismo, el rechazo de la democracia, la eurofobia. - See more at: http://vientosur.info/spip.php?article9107#sthash.5ZGNi7S2.dpuf
Pero su influencia es más vasta que su electorado: contamina con sus ideas a la derecha "clásica" e igualmente a una parte de la izquierda social-liberal. - See more at: http://vientosur.info/spip.php?article9107#sthash.5ZGNi7S2.dpuf

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