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15/8/16

Trabaja gratis, no te quejes, calla y da las gracias (I): Introducción


@AndresErCheca   El otro día leía ésto en la página web de la Cadena Ser: Laura tiene 22 años. Ha terminado un doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual y lleva ya un año "practicando el trabajo" sin cobrar. Ha encadenado dos empleos en dos empresas totalmente diferentes y en ninguno ha conseguido recibir un sólo euro. Lo último que ha hecho es trabajar en un rodaje para una serie de televisión por la friolera de 11 horas al día por 0 euros. "La desesperación y la remota posibilidad de encontrar alguna vez un trabajo remunerado es lo que me ha llevado a aceptar estas condiciones. Es injusto, frustrante, pero es lo que hay, y si no lo cojo yo, lo cogen otros". Para Laura lo más grave es que, como este tipo de contratos abunda cada vez más,  empieza a parecer hasta normal lo de trabajar sin cobrar nada. A efectos de la estadística, Laura no figura en la lista del INEM, porque realmente ella está trabajando. Y a la pregunta de si es legal, que ella misma se lo plantea, la respuesta es sí, porque en el momento que firmas y aceptas las condiciones, todo vale, pero hay que cuestionarlo según explica Gonzalo Pino, secretario de política sindical de UGT. " Son las consecuencias de una reforma laboral que lo permite todo, incluida esta especie de esclavitud, de chantaje laboral".

   También leía ésto en la página web de El Confidencial: Si preguntásemos a nuestros padres o abuelos qué es el trabajo, probablemente obtendríamos una sencilla respuesta: aquella labor que realizamos para una empresa (o por nuestra cuenta) con el objetivo de prestar un servicio o crear un bien y por lo que, a cambio, recibimos una retribución. Quizá disfrutasen con lo que hacían o, simplemente, les resultase indiferente. No era más que una manera de ganarse la vida, una expresión habitual al referirse al mundo del trabajo que parece utilizarse cada vez menos. No por nada: hoy en día, resulta demasiado conformista. Ahora, los cambios en el mercado laboral y en la competitividad empresarial (global), que han provocado un aumento del paro y un deterioro de los puestos supervivientes; y por otra, la irrupción del discurso “DWYL” (“do what you love”, haz lo que amas), que anima al trabajador a convertir sus pasiones en su trabajo… o, si tal cosa no es posible, su trabajo en su pasión. Sin embargo, durante los últimos años, cada vez más filósofos e investigadores del mundo laboral se han centrado en la conocida como autoexplotación, que se sostiene, entre otros pilares, en la desaparición de la frontera entre trabajo y ocio o en el empleo como herramienta de realización. Frente a unas condiciones laborales objetivamente marcadas por la incertidumbre, la precariedad y los sueldos bajos, subjetivamente otros factores contribuyen a que estos empleos sigan resultando atractivos. Las investigadoras italianas señalan que este es uno de los discursos más frecuentes entre el precariado, el término ideado por Guy Standing para referirse a la nueva clase social sobrecualificada e inestable. Además de la escasa formalidad de los trabajos o el malgasto de habilidades, esta clase de empleos relacionados con el conocimiento, cada vez más comunes, se distinguen por esa “identificación con el trabajo como una trampa para la autoexplotación”. El discurso sobre la realización personal como tabla de salvación ante las amarguras del mercado laboral no es el único que ha provocado esa autoexplotación por la cual nos justificamos a nosotros mismos. Hay otra poderosa razón, mucho más pragmática: el mercado laboral es tan competitivo que explotarse a uno mismo es la única manera de mejorar la empleabilidad. Dicho de otra manera, la empleabilidad –es decir, la capacidad no solo de obtener un empleo cualquiera, sino también de seleccionar entre diversas opciones laborales o poder abandonar un trabajo cuando este ya no resulta gratificante– debería proporcionar al trabajador la libertad de controlar su destino laboral. Sin embargo, esa empleabilidad se obtiene, paradójicamente, a través de la autoexplotación, tanto material como psicológica; es decir, rebajando las pretensiones económicas o trabajando durante más horas, de manera que resultemos más rentables, pero también adaptándonos a lo que se nos exige.

   Entraré a analizar en el próximo ´post` todas estas cuestiones. Por ahora dejo estas preguntas retóricas en el aíre: ¿Que precio le pones a tu vocación, formación y experiencia? ¿Estarías dispuesto/a a trabajar gratis solo por trabajar de lo tuyo? ¿Quieres vivir de lo tuyo o solo malvivir trabajando de lo tuyo sin cobrar? ¿Cuál es el precio que estás dispuesto a pagar y el sacrificio que estarías dispuesto/a a hacer a cambio de desarrollarte profesionalmente en lo que te has formado? ¿Merece la pena trabajar gratis para que otro se enriquezca con tu esfuerzo y trabajo, sea en lo tuyo o no sea de lo tuyo? ¿Te sientes bien trabajando gratis y siendo el nuevo esclavo sobrecualificado del siglo XXI? Ahí lo dejo. Si respondes con un “es lo que hay”, te diré que eres un esclavo voluntario perfecto. No te juzgo, es un hecho. ¡Bienvenido/a a tu nueva plantación!
(Continuará)...

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